Me siento avergonzado delante de Dios, cuando escucho hablar acerca de maledicencias, de cosas que destruyen, que no edifican, actuando en la Iglesia.
No sirve de nada, dar diezmos y ofrendas, orar, ayunar y sacrificar, cantar alabanzas, leer la Biblia e ir a la iglesia todos los días, si nuestro corazón está lleno de ira, rencores, odios y contiendas. ¿De qué sirve decir que pertenece a Jesús y tener las actitudes del diablo?
Es necesario, sin embargo, que nos edifiquemos unos a otros, para que el Espíritu de Dios utilice verdaderamente a cada uno de nosotros. Escuchemos Su voz, en lugar de escuchar cosas que no construyen o tener los ojos distraídos con cosas que no edifican.
Sea como Daniel y tenga en sí el Espíritu que él tenía y el mismo corazón. Ore por la Iglesia y sepa que, así, estará bendiciéndose a sí mismo.
Daniel fue uno de los hombres más importantes de las Sagradas Escrituras que oraba tres veces al día y aunque no estaba en pecado, se colocaba en el lugar de pecador, junto con el pueblo: “Oré al Señor, mi Dios, e hice confesión diciendo… hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos actuado impíamente, hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas… Aún estaba hablando, orando y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante del Señor mi Dios… cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión, al principio, volando con presteza vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde…” (Daniel 9: 4-8 y 20-21)
Sepa que, en el mismo momento, en que oramos, Dios ordena a sus ángeles para que vengan a nuestro encuentro.
Por lo tanto, vamos a clamar, a ayunar, a orar unos por otros, para que el Espíritu Santo venga a avivar nuestros corazones. Vamos a vivir lo que predicamos, creemos y enseñamos. Si somos de Dios, las personas deben ver a Dios en nosotros.
Vamos a ser complacientes con los otros hermanos, paciencia con aquellos que son tímidos y los débiles en la fe, acabar con la maledicencia y vivir realmente el Evangelio, porque las tinieblas quieren destruir la Iglesia. Luchemos, por que ella se torne invencible e inquebrantable, y sea conocida como la Iglesia de un solo Espíritu, un solo amor, y una sola fe.
En Génesis 7:1, Dios dijo a Noé: “Entra tú y toda tu familia en el arca, porque sólo a ti he visto justo delante de mí en esta generación.”
Tenemos la responsabilidad y la obligación de ser justos en esta generación de tanta corrupción y maldad, porque somos la luz y la sal de la tierra.
Si nuestros corazones estuviesen avivados, nuestros familiares, conocidos y vecinos se convertirán para la honra y la gloria de nuestro Rey y Dios.
Así que vamos a limpiar nuestro corazón, para que la luz de Dios brille a través de nosotros, conforme el Señor Jesús dice: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5:16), pues si el corazón no estuviese limpio, las otras personas no podrán glorificar a nuestro Dios.