12/07/13

El naufragio



Cuentan que un gran crucero se hundió en medio de la noche mientras todos dormían. El único superviviente de ese naufragio consiguió llegar hasta una pequeña e inhabitada isla.

 Todos los días oraba fervientemente, pidiéndole a Dios que lo rescatara de aquella soledad. Cada mañana revisaba el horizonte buscando un barco, pero éste nunca llegaba.

Cansado de no ser rescatado, poco a poco empezó a construir una cabañita para poder protegerse, e ir guardando sus pocas posesiones. Al tiempo seguía clamando a Dios, aunque cada vez se encontraba más a gusto en su pequeña isla.

Un día, después de andar buscando comida, regresó y encontró la pequeña choza en llamas, el humo subía hacia el cielo. Había perdido su choza y sus pertenencias.

El naufrago estaba confundido y enojado con Dios y llorando le decía: “¿Cómo pudiste hacerme esto?, ¿Por qué me has quitado lo único que me quedaba?”. Desesperado, ya sólo quería morir, y se quedó dormido sobre la arena.

Cuando se despertó al siguiente día le pareció escuchar el sonido de un barco que se acercaba a la isla. En efecto, al ponerse en pie vio un gran navío que se acercaba.

Por fin venían a liberarlo, y cuando subió a bordo les preguntó a sus rescatadores: “¿Cómo sabían que yo estaba aquí?”.

Y ellos le contestaron: “Vimos las señales de humo que nos hiciste…”


Reflexión:
Cuantas de las veces a causa de un problema, las personas pierden la fe, culpan a Dios y se desesperan sin darse cuenta de que, es justamente en las dificultades, en los momentos más difíciles de la vida, que Dios manifiesta Su poder en la vida de los que creen.

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor”. (Isaías 55:8).





.

.