07/03/13

Nehemías: él hizo lo que Dios le confió


¿Quién deja todo para dedicarse a personas que no conoce?
Nehemías hizo eso.

Él era copero del rey Artajerjes cuando supo que Jerusalén, su ciudad natal, había sido quemada y destruida (Nehemías 2:1-3). Se puso muy triste y no supo disfrazar su pesar al servir el vino.

Al ser interrogado por el rey sobre el motivo de su tristeza, Nehemías fue un hombre que tomó la iniciativa, contó el motivo y le pidió dejar el trabajo por un tiempo, para ir a reconstruir su ciudad (Nehemías 2:4-6). Él fue osado y pidio cartas, para que pasara por otras tierras sin sufrir daño alguno. Y su pedido fue respondido (Nehemías 2:7-9).

Sin embargo, antes de hacer su pedido al rey, Nehemías oró a Dios. Eso nos enseña que debemos orar antes de actuar. El rey podría haber dicho que no, pero Nehemías estaba con su corazón abierto, siendo sincero en relación a lo que lo estaba entristeciendo. La sinceridad y la verdad siempre serán caminos para la respuesta de Dios.

Hablar en el momento correcto

Al llegar a Jerusalén, Nehemías analizó la situación del lugar. Caminó por la ciudad para verificar lo que él debería hacer (Nehemías 2:11-15). Hasta entonces, no le había contado nada sobre lo que Dios había puesto en su corazón a los amigos y oficiales que lo acompañaban (Nehemías 2:16, 17).

Él fue sabio. Si lo hubiera contado antes, ¿lo hubieran acompañado esas personas? ¿No habrían renunciado antes de llegar a la ciudad? Él sólo relató sus planes después de llegar y verificar el lugar (Nehemías 2:18). No mostró los deseos de su corazón antes de tiempo. Fue un hombre firme.

Firmeza que muchas veces no tenemos en nuestra vida. Estamos tan ansiosos con lo nuevo, que queremos contárselo a todos. Pero no sabemos la intención del corazón del prójimo (Nehemías 2:19, 20).

Nehemías comenzó la reconstrucción de la ciudad, pero no le fue fácil. Poner en práctica la tarea que Dios puso en su corazón fue una misión, como mínimo, valiente, para no decir trabajosa y osada.

Desafíos y coraje

Él dividió las tareas entre las personas que lo acompañaban (Nehemías 3), pero luego comenzaron las oposiciones. Sanbalat, el horonita, y Tobías, el oficial amonita, comenzaron a ridiculizar a los judíos y a lo que estaban haciendo (Nehemías 4:1-3). Ellos y otros amigos se enfurecieron al saber que la reconstrucción del muro estaba progresando y planearon atacarlos y crear confusión (Nehemías 4:4-9).

Nehemías, aun viendo la reacción de sus enemigos, no paró de hacer lo que Dios había puesto en su corazón. Él oró varias veces, pero no dejaba de actuar para que Dios protegiera al pueblo, y seguía trabajando para la reconstrucción de la ciudad.

Nehemías es un ejemplo de que debemos hacer nuestra parte en los proyectos que Dios nos da. De nada sirve solamente orar y no hacer nada. Él oraba, hacía y, así, el Señor le dio la victoria.

Este es apenas un pequeño tramo de la historia de Nehemías, pero nos muestra que Dios nos protege en la adversidad y nos ayuda a realizar aquello que nos prometió.

 http://iurd.com.ve/home/2013/03/07/nehemias-el-hizo-lo-que-dios-le-confio/

Mothers In Prayer: IN THE MIDDLE OF THE STORM



IN THE MIDDLE OF THE STORM - Blog: Mothers in Prayers

Friend, what is your reaction when a storm arrives in your life or when you face an unexpected problem?

Then He arose and rebuked the wind, and said to the sea, “Peace, be still!” And the wind ceased and there was a great calm. (Mark 4:39)

Do not let this storm or fear make you feel hopeless, just like Jesus rebuked that storm you and I could do it too.

God has given us authority to declare peace in our house, mind and our family.

We must rebuke the evil that is causing the problem in our house, family, health or any area of our life and the miracle will happen.

Believe my friend, the miracle is going to happen!
In the faith and always on prayer

Claudia Da Silva

Bishop Macedo's Meeting


La botija y el alma - Historias de Sabiduría


La botija y el alma

 Había una vez un rey que envió a su siervo a un viaje:
¿Ves este largo camino, mi siervo? Sigue por él sin desviarte. El reino donde vas está al final del mismo. Por todo el camino llevarás esta botija, la cual entregarás en manos del rey de aquel lugar y recibirás tu recompensa. Así, conforme le fue ordenado, partió el siervo, llevando la preciosa botija, obra prima del alfarero.

El camino se perdía de vista. Atravesaba planicies y ríos. Algunas veces se extendía por lo alto de los montes, otras veces por lo profundo de los valles. Había trechos bordeados con árboles que proporcionaban sombra, pero había otros áridos, castigados por el sol.

Pasados muchos días, el siervo encontró una caravana de gitanos. Estos insistían y acabaron por convencerlo de seguir con ellos. Luego el aprendió el arte de hacer trampa y mentir, fingiendo leer en la palma de la mano el destino de los crédulos incautos. Entre los ociosos, el siervo adquirió el hábito de la dejadez y la pereza.

Engañado y engañando, no vio el tiempo pasar. Un día, como si se acordara de una pesadilla, se acordó de la orden del rey y fue a buscar la botija. La encontró polvorienta y con muchos rasguños. La tomó y volvió al camino. ¡Pero no por mucho tiempo! Le bastó encontrar la primer subida para abandonar otra vez el camino, buscando cruzar la montaña por un atajo.

Haciendo así, terminó en una ciudad donde un templo idólatra estaba siendo construido. El siervo, al que le gustaba mucho el dinero, vio que podría ganar allí mucho dinero. La construcción del templo demoró años. Durante ese tiempo, el adoptó las costumbres locales y se entregó al pernicioso culto a los ídolos y las prácticas paganas. Adquirió nuevos vicios y se prostituyó como era la costumbre de aquel pueblo.

Con el tiempo, se debilitó y enfermó. Perdió todo lo que tenía, fue despreciado y expulsado de la ciudad. En su miseria, se acordó una vez más de la botija y de la orden del rey. Sintió que la última oportunidad de su vida era terminar la jornada y recibir la recompensa.

La botija, cuyos rasguños se habían transformados en rajaduras, estaba abandonada en un rincón. Había perdido todo su brillo y belleza.

Vacilante y cansado, el siervo retomó el camino. Ahora, ya no había gitanos que se interesasen por él, o quién le diese trabajo. El siervo estaba feo, viejo, enfermo y débil.

Con sacrificio llegó finalmente a su destino. Viendo los majestuosos portones, el primer sentimiento que tuvo fue de remordimiento. Desperdició tanto tiempo en nada.

Inmediatamente buscó al rey y le contó su historia. Entregándole la botija, dijo:

-¡Su majestad, esta es la botija! Estoy viejo, cansado y nada tengo en la vida. Os ruego que me concedas la recompensa, para que descanse en paz.

El rey abrió la vieja botija y verificó que estaba completamente vacía.

-¡Pobre hombre! No cuidaste de esta botija, pensando que estaba vacía. En verdad ella traía tu recompensa: el fino y valioso oro en polvo que en ella fue colocado y tu dejaste caer por los rasguños y rajaduras. Si hubieses oido la voz de aquel que te envió, habrías guardado ese tesoro.

Así también fue tu vida. Tu cuerpo era la botija y tu alma es el oro que ella contenía. Dejando el camino en el cual debías andar, adquiriste prácticas malas y vicios, rasgando tu cuerpo con el pecado y la enfermedad, tal como esta botija envejecida.

Las virtudes sublimes, el amor, la bondad, la fidelidad y la obediencia, fueron llevadas de tu alma, así como el oro fue escurriendo de la botija, sin que tu lo percibieses. Hoy no tienes recompensa. Está vacía tu botija como vacía está tu alma.

Sabio es el hombre que guarda su botija, preservando su alma. Tendrá siempre un precioso tesoro del cual vendrá la paz, alegría y la recompensa final: ¡nuestra salvación en Jesús!

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